Paula había bebido mas de la cuenta por
lo que aquella noche regresaría temprano a casa, se sentía bastante mal y
muy mareada pero como era relativamente temprano decidió que en lugar
de gastarse su dinero en un taxi, como hacía habitualmente cuando
regresaba de la discoteca, aprovecharía que el Metro aún seguía abierto
para ahorrarse unos cuantos euros.
El trayecto era largo y las pocas personas que viajaban en su vagón
parecían tan cansadas como ella, sólo un grupo de amigos que bromeaban
al fondo del tren hacían el suficiente ruido con sus bromas y risas para
mantenerla despierta, pero cada vez tenía que luchar con más fuerza
para no quedarse dormida. Por desgracia en la siguiente estación tenía
que hacer un transbordo así que se bajó y tras caminar por los pasillos
de la estación llegó al andén en el que abordaría el metro que la
llevaría a casa.
El cartel luminoso avisaba que el próximo tren tardaría seis minutos
en llegar, por lo que Paula decidió esperar sentada en uno de los bancos
junto al andén. El silencio y la soledad de esa estación provocaron lo
inevitable y a pesar de sus esfuerzos se durmió y casi sin darse cuenta
se recostó en el banco usándolo como si fuera una cama. Era tan profundo
su sueño provocado por la borrachera que cuando pasó el último metro de
la noche ni siquiera lo sintió pasar.
Hasta pasada más de una hora no se
despertó, por suerte la borrachera parecía haberse esfumado parcialmente
tras la cabezadita, pero algo parecía no ir bien. El cartel que avisaba
la llegada del próximo tren estaba apagado y al mirar la hora en su
teléfono móvil se dio cuenta que eran casi las dos de la mañana.
Asustada empezó a subir las escaleras mecánicas de la estación, que
ya estaban apagadas, para salir de allí. La parada en la que tenía que
hacer trasbordo era una de las más antiguas, viejas y pequeñas de la
ciudad por lo que la sensación de agobio y miedo eran mucho más
intensas. Al llegar a la salida la peor de sus pesadillas se hizo
realidad. Las puertas estaban cerradas y no había nadie en la estación
por lo que por más que gritara nadie podría escucharla desde la calle.
Además su teléfono estaba sin cobertura, esas malditas estaciones casi
nunca tenían señal y las puertas de cristal herméticamente cerradas la
separaban del exterior aún por unos cuentos metros.
Paula no sabía que hacer, miraba a las cámaras de seguridad y hacía
gestos esperando que alguien desde algún puesto de control pudiera
verla, pero ella misma sabía que eso era imposible, no había nadie
controlando las cámaras porque la estación había sido cerrada desde
fuera.
¿Cómo era posible que nadie la despertara? ¿No tenían los guardias de
seguridad que comprobar que nadie quedara dentro de la estación antes
de cerrar?
Su miedo se convertía por momentos en cólera y confusión. Desde luego
no podía esperar hasta que a la mañana siguiente abrieran de nuevo el
Metro, faltaban más de cuatro horas para que se reiniciara el servicio y
si llegaba a casa a las 7 de la mañana su padre probablemente la
mataría.
Con la mente aún nublada por el alcohol decidió que lo mejor que
podía hacer era caminar por los raíles del tren hasta la siguiente
parada. El camino era oscuro y realmente tétrico pero sabía que su
destino no estaba muy lejos y gracias a la luz del flash de su teléfono
podría alumbrar el camino. La siguiente estación era una de las más
importantes, con gran cantidad de líneas y recientemente había sido
remodelada por lo que estaba segura que allí podría encontrar a alguien
que la permitiera salir a la calle donde abordaría un taxi.
La idea parecía muy buena, pero a la
hora de la verdad recorrer aquellos túneles era realmente escalofriante,
un silencio casi sepulcral hacía que hasta la más leve de sus pisadas
resonaran con el eco de las paredes. Se podían escuchar los chirridos de
las ratas y el goteo de algunas zonas en las que parecía que había
leves escapes de agua.
Sus pasos eran cortos y se detenía a menudo a escuchar porque sentía
como si alguien la observara desde la oscuridad. El miedo la invadía y
paralizaba por momentos, pero ya era demasiado tarde para volverse
atrás, debía estar casi a mitad de camino cuando unas voces la
alertaron. Por un momento pensó en gritar para que supieran que estaba
allí pero decidió ser cauta y apagar la luz de su teléfono mientras se
escondía en un estrecho pasillo que había en un lateral del túnel.
Mientras permanecía escondida y en silencio pudo ver la figura de dos
hombres bastante corpulentos, sus ojos cada vez se adaptaban más a la
escasa iluminación de las luces de emergencia que había cada muchos
metros en el túnel. Ambos parecían discutir acaloradamente por un cartón
de vino y a escasos metros de donde se encontraba Paula comenzaron los
empujones y golpes. El más grande de ellos le propinó un puñetazo que
tumbó al otro y gloriosamente alzó su trofeo mientras de un trago se
bebía casi la mitad del contenido del cartón de vino.
El más pequeño enfurecido sacó un cuchillo de la espalda y se lo
clavó repetidamente en el cuello a su rival, realmente se ensañó con su
cadáver y a pesar de la poca luz Paula pudo ver con claridad como tenía
toda la cara manchada de sangre. Recogió el poco vino que quedaba y se
lo tomó de un trago.
Paula estaba temblando del miedo, no se
atrevía ni a respirar y desde luego mucho menos a moverse, si estaba lo
suficientemente quieta tal vez el vagabundo asesino se iría de allí sin
verla. Pero la casualidad no se quiso aliar con ella y justo cuando el
asesino se daba la vuelta para marcharse del lugar la batería de su
teléfono la delató. Un incesante pitido advirtiendo que la carga estaba a
punto de agotarse comenzó a sonar y el vagabundo se giró de inmediato.
¿Hay alguien ahí? Puedo escucharte, ¡Sal inmediatamente o te rajo!
La pobre chica se quedó petrificada y no sabía como actuar mientras
el asesino se acercaba a ella. Por instinto decidió tirarle el teléfono
con tan mala puntería que este pasó por encima del vagabundo y golpeó la
pared del fondo. Él, que todavía no había visto a la chica, escuchó un
ruido a sus espalda y se giró, momento que aprovechó Paula para salir de
la oscuridad y empujarle a la vez que salía corriendo.
El vagabundo enfureció de tal manera que
no dejaba de gritar e insultar a Paula, se levantó y comenzó a
perseguirla por los túneles. Ella no era una buena deportista pero el
miedo se apoderó de sus piernas y le dio fuerza para correr dejando
atrás los zapatos de medio tacón que llevaba aquella noche, sus pies se
ensangrentaron mientras corría sobre la gravilla y guijarros del suelo
de túnel. Sin embargo el miedo era más fuerte que el dolor y no se
detuvo a pesar de que en varias ocasiones estuvo a punto de caerse al
tropezar por culpa de la casi total oscuridad de su ruta de huída.
Al llegar a la estación Paula ya había logrado sacar unos cuantos
metros a su perseguidor y subió al andén para adentrarse en los pasillos
que la llevaban a la salida del Metro. A sus piernas empezaban a
fallarle las fuerzas pero no se podía parar a descansar así que casi
extenuada subió el último tramo de escaleras.
Lo que vio allí la heló la sangre, la estación estaba al igual que la
anterior cerrada y no parecía haber nadie, comenzó a gritar
desesperada, a gesticular a las cámaras y golpear las puertas. Pero su
perseguidor que conocía a la perfección los horarios y hábitos de los
trabajadores del metro ya había subido la escalera y la había cortado
toda posible ruta de escape.
El asesino se abalanzó sobre ella y tras
inmovilizarla la violó y sometió durante más de una hora. Cuando había
saciado todos sus apetitos sexuales sacó de nuevo el oxidado y
ensangrentado cuchillo con el que había matado al otro vagabundo y se lo
hundió repetidamente en el pecho hasta que Paula dejó de patalear y
murió con una horrible expresión de terror en su rostro.
Al día siguiente los trabajadores se
encontraron con un surco de sangre que se perdía en la profundidad del
túnel, asustados deciden revisar las cintas de vídeo que grabaron esa
noche y pudieron observar la desgarradora escena de la violación y
asesinato y como el vagabundo arrastraba el cuerpo de Paula dejándolo
caer escaleras abajo para de nuevo arrastrarlo hasta la oscuridad de las
vías del tren.
La policía localizó los dos cuerpos pero no encontraron ni rastro del
asesino, del cual se dice que todavía utiliza los túneles del
subterráneo para esconderse de noche.
Lun Dic 23, 2013 1:06 am por ichigogeta
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