Al otro lado de la línea telefónica OT7KO


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    Al otro lado de la línea telefónica

    Eker Goku
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    Mensaje por Eker Goku Vie Jun 08, 2012 9:33 pm

    Al otro lado de la línea telefónica TaG5w

    Cuentan que aquella enorme casa de la
    colina no ha sido comprada o alquilada en muchos años. No, no es una
    cuestión de precios, lo que ocurre es que muchos saben lo que ocurrió
    allí. Una historia amarga que ha corrido de boca en boca y que es
    básicamente la siguiente:

    Era un matrimonio con tres hijos, un
    matrimonio de gente ocupada e importante; personas con muchos
    compromisos sociales, políticos o algo así. El punto es que, cuando
    salían a sus reuniones, dejaban a sus hijos con una chica de la
    urbanización a la que venían contratando desde cierto tiempo atrás.

    La muchacha, que según se cuenta era muy
    guapa, era una de esas chicas alocadas, felices y algo despreocupadas.
    No obstante siempre había cuidado bien de los chicos. Así, esa noche
    jugó un rato con ellos y después de dormirlos fue a la cocina, se hizo
    unas palomitas y se recostó a ver alguna película en la televisión con
    el volumen alto.

    Pasados algunos minutos el teléfono sonó:

    —Buenas noches, ¿con quién desea hablar?

    —…

    —Hola, ¿me escucha?…¿hola?

    Siguió intentando obtener respuestas
    pero a duras penas podía escuchar una respiración y una especie de risa
    contenida de fondo; así que, irritada, cerró el teléfono con brusquedad y
    continúo viendo la televisión. ¿Quién sería?: ¿algún idiota sin nada
    que hacer?, ¿un amigo suyo?, ¿un pervertido?…En todo caso sería mejor
    ignorar a quien sea que estuviese fastidiando al otro lado de la línea.

    Pero una y otra vez seguía sonando el
    teléfono y aquella risa de fondo se repetía, cada vez colgaba más rápido
    e incluso pensó en desenchufar la línea, pero no podía hacerlo, los
    padres de los niños le habían dejado bien claro que en todo momento
    debía estar atenta a sus llamadas. Muerta de miedo y perdiendo su
    paciencia, llamó a una operadora de la Policía. Algo andaba mal con esas
    risitas contenidas y ella debía saber qué diablos estaba ocurriendo.

    Para su suerte la operadora, lejos de
    reírse, le dijo que habían introducido una derivación de su línea en la
    central y todo lo que ella tenía que hacer era entretener al desconocido
    para que en la central tuvieran tiempo de localizarlo.

    Quince minutos después el teléfono sonó
    otra vez… ¿Sería él? En efecto, solo que esta vez ya no estaba la risita
    contenida de fondo sino una carcajada histérica, sádica, parecida a
    esas que a veces muestran las películas de terror de Hollywood.

    —¡Pare de reír!…¡¿Qué le he hecho yo?!, ¡¿Por qué me hace esto?! —dijo nerviosa, irritada y con la voz al borde del llanto.

    Nada, el hombre no hacía más que reírse
    cruelmente, con más histeria a medida que aumentaban las suplicas y la
    desesperación de la muchacha. No le quedó más que colgar, después de lo
    cual intentó en vano calmarse.

    Finalmente, apenas unos cinco minutos
    más tarde el teléfono sonó otra vez. Esta vez los nervios fueron tales
    que sintió como el corazón luchaba por salírsele del pecho. “No
    contestes, no contestes”, se dijo a sí misma aunque no pudo resistirse y
    contestó:

    —Habla la Policía. ¡Salga inmediatamente
    de la vivienda! Las llamadas que recibía vienen de la otra línea de la
    casa en que está. Hemos mandado una patrulla, ¡salga ya!

    El teléfono se le cayó de las manos y
    gotas de frío sudor resbalaban por su frente empalidecida por el susto.
    Quería correr pero sus piernas no respondían, sólo temblaban y
    temblaban…

    Cuando respondieron echó a correr con
    desesperación hacia la escalera para recoger a los niños que estaban en
    la planta de arriba, pero antes de subir, aquella misma carcajada
    sádica la detuvo en seco. Al mirar al final de las escaleras, junto a la
    puerta del cuarto de los niños estaba un hombre alto, de frente amplia y
    cabello rizado y gris. Estaba vestido con un mono blanco como el de los
    pintores, pero estaba lleno de manchas rojas y en su mano derecha el
    hombre sostenía un enorme cuchillo ensangrentado.

    El terror que sintió fue tal que quiso
    gritar y no pudo, se tropezó mientras intentaba llegar a la puerta de
    salida y, una vez que estuvo enfrente, intentó una y otra vez abrirla
    pero las manos le temblaban tanto que la llave se le caía o ella la
    metía mal. Mientras esa horrenda carcajada de fondo, sonando cada vez
    más fuerte a medida que el asesino se acercaba con una lentitud tan
    extrema como cruel y premeditada.

    Gracias a Dios consiguió por fin abrir
    la puerta y tuvo la suerte de que a pocas calles estaba en camino un
    coche de la policía. Corriendo, se alejó unos cincuenta metros de la
    casa viendo con asombro como el asesino no la seguía. La Policía entró
    en la casa pero nunca encontraron al hombre, que probablemente escapara
    por alguna ventana; pero, lo que aquellos agentes vieron ese día en el
    cuarto de los niños les marcaría por el resto de sus vidas.

    Las paredes estaban cubiertas de manchas
    de sangre, había tripas y vísceras esparcidas por el suelo, las tres
    cabezas de los chicos estaban sin ojos y separadas de los cuerpos y,
    junto a otras atrocidades de la escena del crimen, se habían encontrado
    unos pañuelos que a modo de mordaza habían impedido que los gritos de
    sus víctimas sonaran en toda la calle. La niñera al estar viendo la
    televisión con el volumen muy alto nunca escuchó nada y el psicópata
    aprovechaba los pequeños “descansos” mientra torturaba y asesinaba a los
    niños para llamarla por teléfono y reírse de el hecho de que a escasos
    metros estaba acabando con la vida de los pequeños que ella debía
    cuidar.

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